No soy partidario de celebrar las muertes. Tampoco de lamentarlas si a uno no le afectan. No pude elogiar a Fidel Castro cuando aún estaba vivo y sigo sin poder hacerlo ahora que no está. Más que un referente o un ejemplo a seguir, siempre vi en él el ejemplo de que hasta los sueños más hermosos, o sobre todo los sueños más hermosos, se malogran cuando se cruzan en su camino la ambición y el ansia desmedida de poder. Es curioso que quienes más críticos se muestran con los vicios y los defectos de nuestras imperfectas democracias occidentales sean tan sumamente generosos a la hora de hacer la vista gorda ante los desmanes de quien fue, por encima de cualquier otra cosa, un dictador. Flaco favor se hace a sí misma una izquierda incapaz de denunciar los errores y excesos de los suyos, porque eso la deslegitima para, entre otras cosas, exigir virtud y buen hacer a los demás.
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Miguel Barrero (Oviedo, 1980) ha publicado las novelas Espejo (premio Asturias Joven; KRK Ediciones, 2005), La vuelta a casa (KRK Ediciones, 2007), Los últimos días de Michi Panero (premio Juan Pablo Forner; DVD Ediciones, 2008), La existencia de Dios (Trea, 2012), Camposanto en Collioure (Prix International de Littérature de la Fondation Antonio Machado; Trea, 2015) y El rinoceronte y el poeta (Alianza, 2017). También es autor de los ensayos Las tierras del fin del mundo (Trea, 2016) y La tinta del calamar (Trea, 2016; premio Rodolfo Walsh 2017). Codirigió el documental La estancia vacía (2007).