Náufrago en la meseta [III]

En la plaza principal hay una escultura que representa a dos encapuchados tocando una trompeta y un tambor. Se elevan sobre un pedestal de piedra que lleva grabada la inscripción Merlú, palabra para mí enigmática. El escritor José C. Vales, que es de aquí y conoce el paño, me confiesa que nunca ha podido dar con las raíces etimológicas del término, pero me cuenta que la escultura es reciente, obra de Antonio Pedrero, y que recibe esa denominación, merlú, cada una de las seis parejas de cofrades que, con corneta sordina y tambor destemplado, recorren las calles en la madrugada del Jueves al Viernes Santo para recordarle al vecindario que, a eso de las seis en punto, comenzará la procesión de Jesús Nazareno. «Ahora la ciudad es una fiesta esa noche», añade, «pero cuando yo era niño esos sonidos en la ciudad en silencio daban mucho miedo».

Se habla mucho aquí de la Semana Santa. Por toda la ciudad hay carteles invitando a visitar el museo que exhibe algunos pasos importantes y en ciertos bajos comerciales que están sin explotar lucen grafitis en los que se representan algunos trances procesionales. Quizá porque provengo de una tierra en la que jamás ha existido la menor tradición al respecto, nunca me he sentido interpelado por una fiesta que no comprendo. En mi adolescencia y mi primera madurez, que es cuando uno cree estar en posesión de la verdad absoluta acerca de todas las cosas, la tenía por asunto de beatas y fantoches. Luego he conocido a gente cabal y sensata, personas de buen criterio y muy alejadas de dogmas trasnochados, a la que entusiasman esas celebraciones. De ahí que las pocas veces que me he visto en medio de procesiones de Semana Santa, en ciudades donde sí se festeja con entrega y abnegación, me haya dedicado a observarlas con la curiosidad de quien trata de entender aquello de lo que sospecha que estará siempre excluido. El poeta David Refoyo me cuenta que aquí al lado de mi casa tiene lugar uno de los momentos culminantes de la Semana Santa en la ciudad. Puede que cuando llegue el día, si aún sigo viviendo aquí y el merlú pasa a recordármelo con su trompetín y su tambor, me asome a ver de qué va el tema.

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