La Noche de Reyes ha sido siempre mi celebración favorita de todas las que se suceden en las fechas navideñas. A la ilusión ingenua y algo temerosa de la infancia sucedió luego la alegría que uno siente al hacer regalos, y al saber o intuir que acierta haciéndolos, y la placidez de esa última reunión familiar que en mi caso es la que realmente marca el inicio oficioso de los doce meses que quedan por delante. Por mucho cartón piedra y mucho betún que ahora se descubra en las cabalgatas, sigue habiendo algo mágico en todos esos desfiles que, con mejor o peor fortuna, tratan de emular el paso errático de aquellos «magos de oriente» siguiendo la estrella que indicaba la ubicación exacta de Belén. Qué ganas tienen los niños de ver a los Reyes Magos, y cómo tiemblan de miedo cuando al fin los ven cerca y temen que puedan descubrir en sus miradas cándidas el eco de la última travesura, de alguna palabra malsonante, de ciertos pensamientos que quizá no sean del todo virtuosos.
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Miguel Barrero (Oviedo, 1980) ha publicado las novelas Espejo (premio Asturias Joven; KRK Ediciones, 2005), La vuelta a casa (KRK Ediciones, 2007), Los últimos días de Michi Panero (premio Juan Pablo Forner; DVD Ediciones, 2008), La existencia de Dios (Trea, 2012), Camposanto en Collioure (Prix International de Littérature de la Fondation Antonio Machado; Trea, 2015) y El rinoceronte y el poeta (Alianza, 2017). También es autor de los ensayos Las tierras del fin del mundo (Trea, 2016) y La tinta del calamar (Trea, 2016; premio Rodolfo Walsh 2017). Codirigió el documental La estancia vacía (2007).