Ocurrió hace algunos años. El escritor Hernán Migoya publicó un cuento en el que un violador contaba su vida en primera persona y, antes de que cantase el gallo, le cayó la del pulpo. Se le acusó de hacer apología de la delincuencia sexual, en determinados foros le pusieron de pervertido para arriba y hasta su editora tuvo que dar explicaciones por la imperdonable osadía de haber dado a imprenta un libro sin someterlo previamente a la censura de los eficaces guardianes de la moral imperante. El asunto se olvidó a los pocos meses, en parte porque todo el mundo lo consideró un hecho aislado, pero en los últimos tiempos lo que una vez fue excepción se ha convertido en norma y hoy hay que andar con pies de plomo —sobre todo si uno se dedica a escribir o realiza labores que conllevan una cierta exposición pública— si no quiere que le consideren un individuo sospechoso de corromper, con nocturnidad y alevosía, a la sociedad en su conjunto. Hace cosa de una década, cuando se iniciaron las restricciones contra el tabaco en lugares públicos, se trucó una fotografía de Jean Paul Sartre en cuyo negativo original salía el filósofo fumando un cigarrillo. El otro día, en Facebook, alguien recriminó al escritor Juan Soto Ivars que utilizara la palabra «negro» para referirse a un negro. Unas semanas atrás, un canal de televisión ejemplificaba la implantación del machismo en la sociedad rescatando un chiste de Miguel Gila. No son pocos los que esporádicamente arremeten contra aquel viejo gag de Martes y Trece en el que Millán Salcedo, disfrazado de divo de la copla, cantaba lo de «Maricón de España», por más que el propio Millán Salcedo fuese homosexual, aunque no se supiera entonces.
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Miguel Barrero (Oviedo, 1980) ha publicado las novelas Espejo (premio Asturias Joven; KRK Ediciones, 2005), La vuelta a casa (KRK Ediciones, 2007), Los últimos días de Michi Panero (premio Juan Pablo Forner; DVD Ediciones, 2008), La existencia de Dios (Trea, 2012), Camposanto en Collioure (Prix International de Littérature de la Fondation Antonio Machado; Trea, 2015) y El rinoceronte y el poeta (Alianza, 2017). También es autor de los ensayos Las tierras del fin del mundo (Trea, 2016) y La tinta del calamar (Trea, 2016; premio Rodolfo Walsh 2017). Codirigió el documental La estancia vacía (2007).