Algunos lugares calan tan hondo que empiezas a añorarlos antes de haberlos abandonado del todo. Hacía tiempo que quería conocer Soria y llegué hasta ella sin darme cuenta de que Soria ya había entrado en mí sin que me lo advirtiera gracias a las muchas lecturas que la habían convertido en parte de mi imaginario. Es emocionante contemplar con nuestros propios ojos aquello que jamás creímos que existiera más allá de las páginas de un libro. A espaldas de la capilla del Mirón pude comprobar que existía realmente el Monte de las Ánimas, y aunque la niebla me impidió discernir si la niebla del Moncayo lucía blanca y rosa allá en el cielo de Aragón, tan bella, sí pude pasear entre los portentosos arcos del vetusto convento de San Juan en el que Gustavo Adolfo Bécquer quiso situar el inicio de «El rayo de luna». Aprendí que la historia reciente de Soria es también la historia de la recuperación del Duero, y que el famoso poema de Gerardo Diego que hablaba de un río solitario y abandonado a su suerte («Río Duero, río Duero, / nadie a acompañarte baja») se ha quedado obsoleto porque son hoy muchos quienes descienden de la ciudad para seguir su curso en la enigmática ruta que va del viejo puente románico a la inverosímil ermita de San Saturio, que se refleja en las aguas como si éstas fueran su espejo y se aparece multiplicada por dos ante los ojos del caminante.
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Miguel Barrero (Oviedo, 1980) ha publicado las novelas Espejo (premio Asturias Joven; KRK Ediciones, 2005), La vuelta a casa (KRK Ediciones, 2007), Los últimos días de Michi Panero (premio Juan Pablo Forner; DVD Ediciones, 2008), La existencia de Dios (Trea, 2012), Camposanto en Collioure (Prix International de Littérature de la Fondation Antonio Machado; Trea, 2015) y El rinoceronte y el poeta (Alianza, 2017). También es autor de los ensayos Las tierras del fin del mundo (Trea, 2016) y La tinta del calamar (Trea, 2016; premio Rodolfo Walsh 2017). Codirigió el documental La estancia vacía (2007).