La camiseta de Nuno

Aquella joven promesa del fútbol patrio había fichado en verano por un equipo bastante apañado de la primera división. Seis meses después, movido por la lógica curiosidad y el no menos racional impulso de vender el mayor número de periódicos posible, al responsable de la sección deportiva del diario en el que yo trabajaba por entonces se le ocurrió que podía ser buena idea enviar a un redactor a la ciudad donde la rutilante estrella llevaba residiendo medio año para interesarse in situ por sus nuevos usos y costumbres. Diré que la ciudad en cuestión era Zaragoza, pero omitiré piadosamente el nombre del futbolista. El caso es que el periodista al que se le acabó encargando tal lance telefoneó al jugador para acordar una cita y, como jamás en la vida había estado en Zaragoza, propuso un encuentro en una fecha concreta, a una hora determinada, frente a las puertas de la basílica del Pilar. «No sé dónde está», respondió el astro del deporte rey sin dar más explicaciones. Mi colega supo salir rápido del paso planteando que la cita se produjera a las puertas del ayuntamiento, dando por sentado que una de las primeras cosas que averigua cualquiera que cambie de ciudad son las señas postales de su nuevo consistorio. «Tampoco sé dónde está porque no he ido nunca», respondió su interlocutor al otro lado del cable con descarnada sinceridad. El intrépido cronista deportivo, cansado del rumbo que estaba tomando aquel diálogo de besugos y algo molesto por las risas de quienes nos apiñábamos a su alrededor para no perder comba, se vio de pronto atrincherado y optó por la única salida posible: «vamos a ver, amigo, ¿tú qué conoces de Zaragoza?» Hubo un breve silencio hasta que la voz del futbolista llegó, monocorde pero firme, desde las lejanías aragonesas: «el estadio de La Romareda y El Corte Inglés».

He recordado esta historia al saber que un futbolista portugués al que acaba de fichar el Jaén acudió a la rueda de prensa con la que el club le presentaba ante los medios vistiendo una camiseta en la que lucía, esplendorosa, la efigie de Francisco Franco. Ha faltado tiempo para que muchos se le echaran encima criticando su desconocimiento de la Historia (con mayúscula) y recurriendo a ese infalible tópico que habla de la estupidez de los futbolistas. También ha habido quien, con más coherencia y sentido crítico, ha llamado la atención sobre el hecho de que muchos de nosotros podríamos vestir sin mala intención alguna prenda en la que se exhibiera el rostro de António de Oliveira Salazar por la sencilla razón de que difícilmente sabríamos poner cara a quien fue artífice y cabecilla del llamado Estado Novo. Del mismo modo que no importa demasiado el que un futbolista avecindado en Zaragoza desconozca el paradero del principal atractivo turístico de su ciudad, tampoco es relevante que un deportista portugués ignore qué cara tenía quien dio nombre, causa y sentido a nuestra dictadura eterna.

[Artículo completo en Asturias24]

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Foto: José Ramón Rojas

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