Cada cierto tiempo se ponen de moda las manifestaciones a Madrid. Sin que medie acuerdo tácito (o al menos, no se nos informa de ello), distintos gremios, colectivos y sensibilidades acuerdan fletar autobuses o calzarse botas resistentes para desembarcar en la capital de España y lanzar a los cuatro vientos sus soflamas entre los vértices de ese triángulo imperfecto que trazan la Puerta del Sol, la plaza de Colón y la estación de Atocha. Llegan los manifestantes a Madrid con el mismo ánimo con que llegaban antaño los peregrinos a Compostela, con esa creencia de que el exigir cuentas ante la autoridad competente, sea ésta terrenal o divina, es razón suficiente para que se atiendan las plegarias y se perdonen los pecados, como si la autoridad le importaran las cosas que trascienden más allá de su propia supervivencia. Madrid, una ciudad con vocación de poblachón manchego que a duras penas ha conseguido acostumbrarse a esa condición suya de epítome y resumen del poder, se convierte con la llegada de las manifestaciones masivas en una suerte de meca político-sindicalista donde unos pueden reclamar el aborto libre mientras tres o cuatro kilómetros más al norte se exige la obligatoriedad de la catequesis. Como en botica, hay de todo: causas justísimas y astracanadas mayestáticas. Ese fenomenal maremágnum deja por fuerza esquizofrénica a la ciudad, que durante veinte años estuvo considerándose muy progre mientras votaba a la derecha, y cardiacos a los concejales responsables del servicio municipal de limpieza, que sólo piensan en las horas extra que deberán pagar al día siguiente para que todo quede tan limpio como la conciencia de Álvarez del Manzano.
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Miguel Barrero (Oviedo, 1980) ha publicado las novelas Espejo (premio Asturias Joven; KRK Ediciones, 2005), La vuelta a casa (KRK Ediciones, 2007), Los últimos días de Michi Panero (premio Juan Pablo Forner; DVD Ediciones, 2008), La existencia de Dios (Trea, 2012), Camposanto en Collioure (Prix International de Littérature de la Fondation Antonio Machado; Trea, 2015) y El rinoceronte y el poeta (Alianza, 2017). También es autor de los ensayos Las tierras del fin del mundo (Trea, 2016) y La tinta del calamar (Trea, 2016; premio Rodolfo Walsh 2017). Codirigió el documental La estancia vacía (2007).