Me caen bien las personas que hablan poco porque siempre suelen contar cosas interesantes. Joe y yo apenas cruzamos palabra cuando nos conocimos un sábado 5 de septiembre, a eso de las nueve y media de la mañana. Recuerdo con tanta precisión la fecha y la hora porque ambos iniciábamos en esos precisos instantes nuestra andadura por el Camino de Santiago. Coincidimos al pie de un paso de cebra en el centro de Oviedo y le perdí de vista un par de kilómetros más tarde, al enfilar las rampas que ascendían hasta San Lázaro de Paniceres. Volví a tropezármelo dos días después, en el vestíbulo de un hotel de Tineo, y desde entonces fuimos encontrándonos y desencontrándonos con puntualidad irregular hasta que nuestros destinos confluyeron en las naves de la catedral compostelana. Mantuve con él unas cuantas charlas que avanzaban a trompicones —él con su imperfecto castellano de Detroit, yo con mi trabado inglés de Mieres— y que sirvieron para darme cuenta de que me encontraba ante un personaje de una pieza. Hoy puedo decir que sé muy poco de Joe Murdock. Desconozco su oficio y su genealogía, ignoro en qué lugar del mundo deja transcurrir su día a día y no sé si tiene descendencia o aprovecha los domingos para ir a misa y comer luego en casa de sus padres o si prefiere entregarse a la práctica de algún deporte. Sé, a cambio, que es la clase de individuo de la que podría fiarme si en un momento dado me encontrara perdido en el bosque solo, sin víveres y a merced de los bandidos y los animales salvajes.
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Miguel Barrero (Oviedo, 1980) ha publicado las novelas Espejo (premio Asturias Joven; KRK Ediciones, 2005), La vuelta a casa (KRK Ediciones, 2007), Los últimos días de Michi Panero (premio Juan Pablo Forner; DVD Ediciones, 2008), La existencia de Dios (Trea, 2012), Camposanto en Collioure (Prix International de Littérature de la Fondation Antonio Machado; Trea, 2015) y El rinoceronte y el poeta (Alianza, 2017). También es autor de los ensayos Las tierras del fin del mundo (Trea, 2016) y La tinta del calamar (Trea, 2016; premio Rodolfo Walsh 2017). Codirigió el documental La estancia vacía (2007).