Llegó a mis manos un artículo en el que se reivindicaba la figura de José María Pemán y recordé una vieja anécdota que contaba el periodista Carlos Luis Álvarez, Cándido. Tuvo que suceder en la segunda mitad de la década de 1950, porque tiene como protagonista a Ramón Pérez de Ayala cuando éste ya había vuelto a España y residía en un piso del número 11 de la calle de Gabriel Lobo. A Pérez de Ayala no le gustaba Pemán, que en aquella época ya lucía con pompa y circunstancia sus galones de escritor oficial del régimen. Decía que sus textos eran «una mezcla de seudofilosofía y casinillo de Jerez», y opinaba que los artículos que publicaba en la tercera página del ABC, y que solían ser muy celebrados por sus lectores y por las instancias oficiales del franquismo, «empezaban con la categoría y acababan superficialmente en la anécdota», justo al revés de como debía ser. Probablemente esa aversión se debía a que Pemán, en su obra El divino impaciente, intentó responder a la sátira contra los jesuitas que Pérez de Ayala había desplegado en la novela AMDG.
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Miguel Barrero (Oviedo, 1980) ha publicado las novelas Espejo (premio Asturias Joven; KRK Ediciones, 2005), La vuelta a casa (KRK Ediciones, 2007), Los últimos días de Michi Panero (premio Juan Pablo Forner; DVD Ediciones, 2008), La existencia de Dios (Trea, 2012), Camposanto en Collioure (Prix International de Littérature de la Fondation Antonio Machado; Trea, 2015) y El rinoceronte y el poeta (Alianza, 2017). También es autor de los ensayos Las tierras del fin del mundo (Trea, 2016) y La tinta del calamar (Trea, 2016; premio Rodolfo Walsh 2017). Codirigió el documental La estancia vacía (2007).