Es difícil explicar en unas pocas palabras lo que significan la figura y la obra de Juan Cueto. Su paso por el mundo podría resumirse en una simple frase: hizo muchas cosas y las hizo todas bien, a menudo a contracorriente o apostando por lo que nadie veía y sólo él era capaz de vislumbrar en un horizonte que a los demás se nos antojaba indescifrable. Pudo ser un egregio profesor universitario, pero por suerte para él, y también para nosotros, prefirió entrometerse en los jardines de su curiosidad y saltar de rama en rama sin caerse de ninguna. Revolucionó el periodismo cultural con Los Cuadernos del Norte, bajó de las musas al teatro cuando dejó la crítica catódica para dirigir él mismo una televisión, rediseñó las retransmisiones futbolísticas como si fuesen una gran producción cinematográfica y dinamitó las fronteras que separaban la alta y la baja cultura en aquellos artículos en los que jugaba a preguntarse por las semánticas de la posmodernidad. Cuando, la tarde en que nos conocimos, le dije todo esto y le expliqué que me encontraba algo cohibido ante una figura tan imponente como la suya, él soltó una carcajada y, sin levantarse de la butaca, ahuyentó mi timidez con un manotazo: «No te cohíbas, que tampoco es para tanto». Luego, como si en vez de un imberbe que iba allí a hacerle una entrevista fuese yo uno más de la familia, me ofreció una copa de whisky y nos sentamos a ver una peli de vaqueros.
-
Miguel Barrero (Oviedo, 1980) ha publicado las novelas Espejo (premio Asturias Joven; KRK Ediciones, 2005), La vuelta a casa (KRK Ediciones, 2007), Los últimos días de Michi Panero (premio Juan Pablo Forner; DVD Ediciones, 2008), La existencia de Dios (Trea, 2012), Camposanto en Collioure (Prix International de Littérature de la Fondation Antonio Machado; Trea, 2015) y El rinoceronte y el poeta (Alianza, 2017). También es autor de los ensayos Las tierras del fin del mundo (Trea, 2016) y La tinta del calamar (Trea, 2016; premio Rodolfo Walsh 2017). Codirigió el documental La estancia vacía (2007).