Al estallar la Guerra Civil, las autoridades republicanas de Asturias encomendaron al pedagogo Eleuterio Quintanilla la tarea de proteger, en la medida de lo posible, el patrimonio histórico y artístico de la región. Una de las medidas que adoptó fue poner a salvo la imagen de la virgen de Covadonga, todo un tótem, ante el temor de que se perdiera, bien a causa de algún bombardeo franquista o bien como fruto del ardor guerrero y anticlerical de algunos correligionarios del propio Quintanilla.

La talla de la virgen fue enviada a la embajada de España en París en algún momento de 1937. Decir esto es inexacto. En realidad, la Santina viajó con Quintanilla y su familia en el mismo barco en el que todos ellos zarparon camino del exilio. Recuerdo haber leído hace un tiempo a una de sus hijas contar que la virgen estaba en su camarote, guardada en una caja, al lado de la cama en la que dormía ella misma.

Cuando los franquistas tomaron Asturias y entraron en la cueva de Covadonga, se cabrearon mucho al descubrir que la virgen no estaba allí. Concluyeron que los rojos le habían prendido fuego, los maldijeron una y mil veces y dieron la imagen por perdida. En 1939, llegó un nuevo inquilino a la embajada española en París. Haciendo inventario en medio del caos que se encontró allí, dio con la virgen de Covadonga. Estaba en la misma caja en la que la había metido el bueno de Eleuterio para su custodia. El embajador dio aviso al encantador Generalísimo que acababa de aposentarse en El Pardo y la imagen regresó a Asturias para, tras una gira triunfal por la región, quedar instalada de nuevo en su cueva, donde sigue todavía.

Cuando se conoció esta historia, los asturianos -que otra cosa no, pero sorna tenemos mucha- terminaron improvisando una coplilla que se hizo muy popular y que rezaba:

«La virgen de Covadonga
ye piquiñina y galana,
y marchó con Quintanilla
porque ye republicana.»

Y nada, que con esta historieta os quería felicitar yo el Día de Asturias.