Llevo unos años acostumbrado a recibir, con frecuencia irregular pero constante, las cartas que Paco Camarasa envía desde Barcelona a sus clientes y amigos. No siempre me detenía a leerlas porque a veces la urgencia del momento le obliga a uno a postergar las cosas que realmente valen la pena. Eran mensajes de extensión variable en las que, tras una reflexión inicial que podía ser más o menos prolija en función del motivo y las circunstancias, su autor se embarcaba en una serie de recomendaciones. Aquello empezó siendo una especie de boletín de novedades por el filtro de la vieja correspondencia, pero terminó convirtiéndose en el diálogo de una sola voz que, pese a no obtener nunca respuesta, sabía que se la escuchaba desde el otro lado. Paco Camarasa es un tipo afable y fue durante años el buque insignia de Negra y Criminal, una librería especializada en el género policiaco que se ubicaba en un bajo de la Barceloneta y cuyas puertas cerraron hace no mucho, a causa de la crisis económica. Yo la conocí porque tuvo la gentileza de abrírmela en exclusiva, un año que me dio por acudir a la Ciudad Condal en pleno mes de agosto, y me llevé como recuerdo un libro de conversaciones con Manuel Vázquez Montalbán y un recetario con los platos que aparecían en las novelas protagonizadas por Pepe Carvalho. Tras la compra, me invitó a una espléndida paella que degustamos con morosidad a orillas del Mediterráneo. No volví por allí, pero sí me he reencontrado con Paco en unas cuantas ocasiones —bien en la Semana Negra de Gijón, bien en los fallos del Biblioteca Breve, en Barcelona— y he podido disfrutar de su jovialidad legendaria. El año pasado publicó su primer libro, Sangre en los estantes (Destino), en el que repasaba con tiento enciclopédico los conocimientos que atesora del noir y sus derivaciones (además de todo lo anterior, fue fundador y comisario del festival BCNegra, cargo el que le acaba de dar el relevo el escritor Carlos Zanón). Es un volumen que se lee con aprovechamiento y deleite, aunque hubiese preferido que se arrancara a escribir su autobiografía, sin duda mucho más sabrosa que cualquier anecdotario. Su lanzamiento, como es lógico, fue anunciado en una de sus cartas con gran alborozo. El mismo que empleaba al enumerar los autores de postín que esa temporada acudirían a firmar a su librería o desmenuzaba el menú de esos libros con mejillones que solía servir en el mediodía de los sábados.
Las cartas de Paco, ya digo, eran una costumbre. Por él supe del fallecimiento de Francisco González Ledesma («el jefe de todo esto», como le llamaba), abundé en la biografía de John Banville tras la concesión del premio Príncipe de Asturias y me mantuve más o menos al tanto de los últimos autores que llegaban desde el frío norte de Europa. Conforta saber que la gente a la que uno aprecia, por más que se la tropiece de pascuas a ramos, continúa activa al otro lado, por más que casi siempre terminemos por restar importancia o valor a las noticias que emiten desde su lugar en el mundo. De ahí que me haya dejado bastante intranquilo la que nos remitió el lunes pasado. En ella, informa de que una enfermedad aparecida el pasado otoño le obligará a someterse a una intervención, ciertamente delicada, que le mantendrá fuera de combate durante al menos un mes. «Espero, y deseo, volver cuanto antes y seguirles mandando cartas del librero con noticias y recomendaciones de narrativa negrocriminal», concluye. Me temo que no veré a Paco Camarasa en Gijón este verano, y bien que me pesa, porque es habitual que nos emplacemos a tomar juntos una copa que siempre queda pendiente. De lo que estoy seguro es de que a partir de ahora sentiré una mezcla de vacío y congoja a medida que pasen los días sin recibir nuevas cartas del librero. No anda uno sobrado de corresponsales valiosos, y, aunque nunca llegara a responderlas, esas misivas dicharacheras e intermitentes eran una de las demostraciones de que aún quedaba vida inteligente al otro lado de la pantalla. Hay presencias en las que no reparamos hasta que se ven forzadas a ausentarse. Pocas cosas se pueden hacer entonces, salvo lamentar que en su momento no les prestáramos la atención debida, y esperar que pronto tengamos la alegría de celebrar su regreso.
[El Cuaderno, 16 de junio de 2017]