La leyenda del Negre Yoma

¿Cómo llegó a la costa levantina el Negre Yoma? La teoría más extendida sostiene que trabajaba como ayudante de cocina en el petrolero Tiflis y que naufragó con sus compañeros a orillas de Alicante cuando, allá por 1914, el barco sufrió un incendio junto a las dársenas del puerto. Otras versiones sostienen que formaba parte de la tripulación de alguno de los buques que por esas mismas fechas, recuérdese que asolaba Europa la I Guerra Mundial, padecían sabotajes y bombardeos en las aguas mediterráneas. Sea como fuere, lo cierto es que desembarcó por accidente en España y algo debió de encontrar en la pequeña capital alicantina, porque en vez de echarse al mar de nuevo o emprender viaje en pos de horizontes desconocidos el Negre Yoma eligió instalar su cuartel en ella, y lo hizo con tal ahínco que no tardó mucho en convertirse en parte del paisaje. Hay vidas que parecen desenvolverse en una suerte de limbo en el que ni existen preguntas ni se hace necesario, por lo tanto, anticipar respuestas. Son biografías que transcurren con la misma naturalidad con que corre el aire y que, a menudo, terminan justificándose bien en su propio final o bien con lo que llega tras él. La historia de este gigante de tez oscura, que provenía de Norteamérica y tendría unos 24 años cuando el azar le condujo al que terminaría por convertirse en su hogar definitivo, se hizo un hueco en el imaginario de sus paisanos, precisamente, por esas dos razones: por su frivolidad inane y porque una leyenda urbana asegura que puede ser su cuerpo, y no el del más notorio falangista, el que reposa bajo la cripta del Valle de los Caídos.

Lo que es innegable es que el Negre Yoma —que se llamaba en realidad John Moore y que recibió ese apodo por la fonética de su patronímico y por ser, en efecto, negro como el carbón— llamó la atención desde un principio por dos rasgos ineludibles: el color de su piel y su estatura casi homérica. Para su desgracia, en seguida empezó a destacar, además, por su peculiar modus vivendi. David García, en un artículo publicado en 2006 en la revista del Hércules Club de Fútbol, recuerda cómo aquel exótico individuo pisaba las calles alicantinas «silencioso, con lento caminar, vistiendo las ropas que le ofrecían y comiendo de la caridad ciudadana». Aunque todo el mundo le presuponía alguna habilidad, y más o menos se daba por hecho que en algo debía de haber trabajado en su tierra natal, nunca hubo ocasión de comprobar tal extremo. Si algo definía al Negre Yoma era, al parecer, su proverbial pereza: no sólo no se molestó jamás en buscar algún trabajo estable con el que ganarse honradamente el pan, sino que tampoco era partidario de encomendarse a la mendicidad. Quienes compartieron con él tiempo y lugar aseguraban que sólo tomaba las limosnas que los transeúntes le ofrecían por su propia voluntad y que, en el caso de que alguna moneda resbalara de sus amplias manos, ni siquiera acometía el esfuerzo de agacharse para recogerla. «Es un hombre con talento», se valoraba en un artículo publicado en 1928 en el semanario satírico El Tío Cuc, «no trabaja por más que le pinchen». No concedía una especial importancia a la higiene. Dicen que caminaba descalzo y que llevaba los zapatos, atados entre sí por sus cordones, colgados del hombro izquierdo. También que las madres del lugar solían reprender a sus chiquillos, cuando volvían a casa embarrados tras los juegos de las tardes, con una admonición que hizo fortuna: «Llevas encima más mierda que el Negre Yoma».

[Artículo completo en CTXT]

negreyoma

Foto: Polyakov Evgeny

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