Conocí a Javier Krahe en un momento impreciso que debió de suceder hace una década. Vino a dar un concierto a Mieres y fuimos a verlo con la urgencia de quien satisface una necesidad inaplazable y postergada, y por una afortunada casualidad terminamos encontrándonoslo al acabar aquel concierto y nos lo llevamos a cenar a pie de barra en una tasca de nuestra confianza en la que ponían buenas bravas y un pulpo que no era demasiado incomestible. Hablamos mucho a lo largo de aquella velada, porque él tenía ganas de hablar y porque tampoco fue nunca partidario de callarse nada. Estaba con él su guitarrista, Javier López de Guereña, y recuerdo que bromearon con la segunda parte de «La Yeti», que nunca llegó a escribirse pero para la que ya había fijado un estribillo en el que se mezclaban la nieve y el confeti. Tomamos luego una o dos copas, les indicamos la dirección que debían seguir para llegar sanos y salvos a su hotel y les vimos desaparecer calle arriba, elegantes como caballeros decadentes, risueños como colegiales a la salida del recreo.
Me enteré esta mañana, nada más despertar, de que se había muerto Javier Krahe gracias a un tuit de Pablo Carbonell. Luego supe que fue el primero en dar la noticia y que tuvo que escribirla dos veces porque nadie estaba dispuesto a creerla. En el documental Ésta no es la vida privada de Javier Krahe sale diciendo algo así como que le cabreaba no poder planificar las cosas con una perspectiva superior al lustro por la posibilidad cierta de que no llegase a vivir tanto. En realidad ha resistido más de una década, pero ni toda la eternidad habría sido suficiente. Acostumbrados a verle hacer lo que le daba la real gana, nunca llegamos a pensar que habría un día en el que tendríamos que empezar a hacernos a la idea de que el mundo también podría girar con Javier Krahe. Nos deja un montón de canciones memorables. Una de ellas, «Abajo el alzhéimer», solía presentarla explicando que él estaba radicalmente en contra de esa enfermedad y que se oponía a ella del mejor modo posible: recordando. Recordar a Javier Krahe ya será siempre el único remedio que tendremos para sobreponernos a esta inmensa barrabasada que es su ausencia.