Memoria del Quijote

Me encontré hace unos días con la mujer que fue mi maestra en el primer curso de la EGB. Pese a que debía de llevar más de veinte años sin verla, tenía frescas en la memoria dos cosas: su homérico mal genio y que fue la primera persona a la que oí hablar de don Quijote. Como yo en aquella época era un niño raro que carecía de pandilla y en vez de pasar las tardes jugando al fútbol entretenía las horas muertas navegando entre los espadazos de Conan y los vuelos de SuperLópez,  puede que interpretara que en aquella historia del hombre que enloquecía por culpa de la lectura y salía disfrazado de caballero andante a impartir justicia por las llanuras manchegas había algo de premonición. El caso es que en aquel mismo año de 1986 alguien me regaló una versión en cómic de la novela de Cervantes que supuso mi primera aproximación a El Quijote y se acabó revelando como una gran inversión de futuro. Muchos años después, la profe de Literatura de 3º de BUP nos encargó un trabajo trimestral en torno a la lectura de diversos pasajes quijotescos. Yo tenía una edad en la que empezaban a interesarme el whisky, las mujeres y el tabaco, no necesariamente por ese orden, y muy juiciosamente interpreté que la prosa del Siglo de Oro casaba mal con mi escala de valores. Salí del paso desempolvando aquel viejo tebeo y haciendo el trabajo totalmente al margen del verbo cervantino, pero teniendo muy en cuenta las viñetas que lo simplificaban. Me pusieron un sobresaliente.

Se cumple una década de la primera celebración del centenario de El Quijote. Lo recuerdo bien porque por esas fechas debuté en prensa como articulista y dediqué mi primera columna, precisamente, a quejarme de la sobredosis quijotesca que nos invadía. En aquellos doce meses, por una cosa o por otra, terminé haciendo acopio de todas las ediciones de la novela que veían la luz sin prisa, pero también sin tregua ni recato. Me regalaron la que sacó en dos tomos el Instituto Cervantes y que yo complementé comprando el volumen con las Novelas ejemplares que llegó a las librerías, para redondear la cosa, en ese mismo año. Me agencié, no recuerdo dónde, el tochazo que sacó la Real Academia Española en colaboración con Santillana, y creo que aún llegué a conseguir dos o tres reediciones más sin esforzarme demasiado, porque se registraba tal superávit de Quijotes que si uno se dedicaba al periodismo cultural era casi imposible salir a cubrir una rueda de prensa sin que te cayesen al menos un par de ellos en las manos. Algo parecido a lo que nos está ocurriendo ahora que Arturo Pérez-Reverte y Andrés Trapiello, cada uno desde su trinchera, han trasladado al castellano de hoy lo que fue el román paladino de ayer y Francisco Rico anuncia la canonización completa y total de la obra en una nueva entrega que constará de dos ladrillos cuyo peso promete afianzar el firme de las estanterías más endebles. Ocurre que, entre el aniversario de 2005 y el que festejamos sin parar en estos días, se han sacado tantas ediciones de El Quijote que empiezo a pensar que lo que Cervantes dio a imprenta en su día no era más que un manuscrito provisional. Lo grave es que, pese a tanta recuperación y tanto enriquecimiento del texto, las nuevas ediciones están tan bien hechas que uno no acaba de atreverse a leerlas por miedo a quitarles el lustre de lo que aún está por estrenar. Por eso siempre que quiero volver sobre El Quijote acabo tirando o bien de la edición libre de derechos que tengo descargada en el iPad o bien del ejemplar de la colección Austral que he usado en las dos ocasiones en las que, por ahora, me he leído la novela de principio a fin. Lo compré en el frío tránsito del 2002 al 2003 en la vieja librería Crisol de Juan Bravo, y lo fui degustando a pequeños sorbos en el cuarto que ocupaba entonces, en el número 80 de General Pardiñas. A eso se redujo mi rutina durante cuatro semanas: por las mañanas recorría Madrid dejando currículos en las redacciones más lustrosas y los negocios más pintorescos y por las tardes y las noches me dedicaba a leer, esta vez sí, las verdaderas desventuras de don Quijote y Sancho. Recuerdo aquellos días con cariño. Nadie me llamó para darme trabajo, pero yo sigo pensando que fueron los más productivos de mi vida.

dquijote

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