Una placa en Atocha

Vi la placa por casualidad hace unos meses, mientras descendíamos la calle de Atocha en busca del Museo del Prado. Aunque está donde ocurrió todo, junto al portal número 55, los encargados de instalarla la pusieron a cierta altura, y supongo que eso hace que pase inadvertida para la mayoría de quienes, ajenos a onomásticas y evocaciones históricas, transitan por las aceras madrileñas sin otra vocación que la de perseverar en sus quehaceres diarios. La inscripción recoge los nombres de las víctimas —Enrique Valdevira Ibáñez, Luis Javier Benavides Orgaz, Francisco Javier Sauquillo Pérez del Arco, Serafín Holgado y Ángel Rodríguez Leal— junto con un breve resumen de los trágicos acontecimientos que, pese a haber sido suficientemente relatados, cada vez se van enterrando más y más en el olvido. En el tercer piso de ese inmueble, hubo en 1977 un despacho de abogados laboralistas. La noche del 24 de enero de ese año entraron en él dos pistoleros de extrema derecha y dispararon a todos los que encontraron dentro: fallecieron cinco personas, aquéllas cuyos nombres ocupan la placa, y resultaron heridas otras cuatro.

Hay una película de Juan Antonio Bardem, Siete días de enero, que viene bien para recordar lo que fueron de verdad aquellos años en los que los franquistas se paseaban con pistola por las calles, ETA entraba en su desquiciada espiral de asesinatos sin sentido y los cuarteles emitían un tenaz ruido de sables cuya última consecuencia llegaría apenas cuatro años después, con el golpe de Estado de Tejero. En ocasiones, empujados por la necesidad de solventar las imperfecciones pretéritas, resulta tentador recurrir a la frivolización del pasado y obviar el sufrimiento y las renuncias de quienes se vieron obligados a ceder en sus planteamientos a cambio de materializar las promesas que hablaban de un futuro mejor. A veces se recurre a fórmulas falaces y sintagmas equívocos para descubrir mediterráneos y olvidar o silenciar las complejidades de un periodo cuyo saldo final puede no gustarnos, pero que en su momento fue imposible conducir de otra manera y que, mal que bien, desembocó en algo sustancialmente mejor de lo que hubo antes. Conviene recordar que entonces, en los días de los asesinatos, el PCE aún era ilegal, y que los funerales de los abogados se convirtieron en una manifestación multitudinaria que devino, ésa sí, en una impresionante demostración de fuerza a la que acudieron cientos de miles de personas que, al incurrir en ese simple gesto, estaban poniendo en riesgo sus propias vidas. Tener en cuenta que esas cinco personas cuyos nombres recuerda una placa en el número 55 de la calle de Atocha —Enrique Valdevira Ibáñez, Luis Javier Benavides Orgaz, Francisco Javier Sauquillo Pérez del Arco, Serafín Holgado y Ángel Rodríguez Leal— dieron la suya por algo, y ni su memoria ni sus familiares y allegados merecen que se desacredite su entrega. Muy cerca, en la plaza de Antón Martín, hay un monumento erigido en su honor. En días como el de hoy siempre se acerca alguien hasta allí para dejar un ramo de flores.

placaatocha

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