El Papa compareció en el Parlamento Europeo y los eurodiputados de Podemos –todos menos una, a la que honró su deserción en el momento en que el Santo Padre se puso a condenar el abortismo– se sintieron de pronto como si en vez de hallarse en Estrasburgo galoparan camino de Damasco, circunstancia que no dudaron en compartir de inmediato con sus admiradores de las redes sociales. «Bien Bergoglio!», trinaba Pablo Iglesias. «El programa económico del Papa es el de Podemos», secundaba Echenique en otro gorgojeo digital. Sorprende que, al menos en apariencia, cayesen en el ardid con el que ellos mismos han seducido a buena parte de la sociedad en estos últimos meses: el efecto de unas palabras bonitas en el momento más indicado puede minar incluso las conciencias más trabajadas. El líder de la flamante formación que ha llegado para mostrarnos la luz de la nueva, límpida, única y verdadera izquierda invitó después al cardenal magnífico a reunirse con él en el Vaticano o en Vallecas. No se descarta, a la vista de los acontecimientos, que la próxima asamblea general de su partido se celebre en la mismísima plaza de San Pedro, ni que las chimeneas de la Capilla Sixtina terminen anunciando con su exuberante y blanquísima humareda la proclamación definitiva del buen pastor resultante de la consabida votación democráticamente circular.
Lo triste o lo gracioso, según el gusto de cada cual, son las piruetas argumentales que los militantes, simpatizantes o mediopensionistas del movimiento han tenido que ensayar para avalar o disculpar (todo es cuestión de conciencia) el entusiasmo con que sus prebostes festejaron la insólita encíclica papal en sede parlamentaria. Hay quien ha comparado el asunto con las visitas que Chávez y Castro –como si estos dos pudieran ser ejemplo de algo– rindieron a los respectivos papas que les tocaron en suerte, obviando que una cosa son las debidas atenciones protocolarias que rigen los encuentros entre dos jefes de Estado y otra muy distinta el rendirse incondicionalmente a una retórica tan demagógica como escasamente original (no sé de ningún Papa que en un foro público haya atacado a los pobres o aplaudido a los poderosos, por más que en privado demuestren bien aquello de que una cosa es predicar y otra dar trigo). Otros, más comedidos, se limitaron a explicar que lo que habían hecho Iglesias y compañía no era más que elogiar unas aseveraciones que, nunca mejor dicho, comulgaban con su ideario. Llegados a este punto, puedo aceptar pulpo como animal de compañía, pero no dejo de preguntarme si, antes de caer apabullados a sus pies, los eurodiputados de Podemos tuvieron siquiera la curiosidad de investigar por qué los argentinos que padecieron la dictadura de Videla no guardan ningún buen recuerdo de Bergoglio, o si es cierto eso de que su «programa económico» coincide plenamente con el del jefe de un Estado que ni cumpliría los requisitos básicos para pertenecer a la Unión Europea ni se ha caracterizado nunca por la transparencia en todo aquello que tiene que ver con sus finanzas. Cabe cuestionar, por otro lado, que en el día en que se conmemoraba a las víctimas de la violencia doméstica resultase oportuno abundar en bendiciones al máximo representante de un sistema, el eclesiástico, en el que las mujeres ocupan un lugar muy secundario, por no decir intrascendente, sin que hasta ahora nadie se haya dedicado con mucha seriedad a solventar esa discriminación. Por último, y entrando en el fondo de la cuestión, no deja de atormentarme la posibilidad de que este nuevo Pablo, que no monta caballo alguno pero parece haber corrido la misma suerte que su ilustre tocayo de Tarso, vea con buenos ojos la posibilidad de que el presidente de la Conferencia Episcopal acuda a impartir doctrina al Congreso de los Diputados, y no sé si una vez allí él estaría dispuesto a aplaudir las hermosas palabras que tan santo varón sin duda derrocharía contra la pobreza, el enriquecimiento ilícito o la suciedad moral de esta época en que vivimos.
Por hache o por be, todo el mundo se hizo cruces con los encandilados tuits de Pablo Iglesias hacia Bergoglio. A mí me trajeron a la memoria el glorioso titular, «El Papa es la pera», con que Tamara Falcó, hijísima de Isabel Preysler y exponente por antonomasia del pijerío cañí, se refirió en una revista del colorín al padre de la Iglesia pocos días después de que éste fuera investido en cónclave. Puede que, al fin y al cabo, los líderes de Podemos tengan razón y lo suyo no sea una cuestión ni de izquierdas ni de derechas, sino de pura transversalidad. Paso a paso, igual que Dante, han ido ascendiendo por sus círculos hasta llegar del infierno al purgatorio. No es descartable que, según dicen las últimas encuestas, pronto se abran para ellos las puertas del cielo.