Un actor

A mí Javier Cámara me pareció un buen actor de comedia –no más, pero tampoco menos– hasta que vi Los girasoles ciegos y quedé fascinado por su capacidad para encarnar a un personaje tan trágico y tan complejo como el que protagonizaba una de las historias del portentoso libro de Alberto Méndez que el gran José Luis Cuerda se atrevió a llevar al cine. Supe entonces que era, en realidad, un intérprete mayúsculo que no dejaría de crecer a poco que guionistas y directores se lo fueran permitiendo. Me conquistó definitivamente con su papel en La torre de Suso, de Tom Fernández, por una cuestión tan simple como subjetiva: sigo creyendo que, a día de hoy, esa película es una de las que mejor han sabido interpretar la esencia del lugar donde me eduqué académica y sentimentalmente, y contiene escenas para mí memorables (sobre todo, ésa en la que los cuatro protagonistas entonan, borrachos perdidos, el «Hazañas bélicas» de los Stukas) que me reconcilian con un tramo fundamental de mi propia biografía.

He visto hace unos días Vivir es fácil con los ojos cerrados, la película con la que David Trueba ha ascendido por derecho propio al siempre controvertido olimpo de los Goya, y he vuelto a comprobar cómo Javier Cámara, en palabras de Sofía, «llenaba la pantalla». Creo que es la definición exacta: no la inunda, no la sobrepasa, no incurre en hipertrofias escénicas para abrumar con su presencia porque sabe que a ésta la enriquece, precisamente, la pretendida discreción con que sus personajes pasan por el mundo. El protagonista del último largometraje de Trueba (que es un gran director, pero también, y creo que principalmente, un magnífico escritor) es un personaje corriente que, en un determinado momento de su vida, realiza una proeza que sólo es modesta en apariencia, porque a la postre se revela realmente excepcional. Y Javier Cámara navega por sus entresijos, por sus virtudes y sus contradicciones, con el convencimiento de que interpreta a alguien importante, porque sabe que, en ocasiones, las mayores gestas sólo han ocupado un ínfimo pie de página en los anales de la Historia. Uno da un breve repaso a la historia del cine español y repara en que la mayoría de los nombres que han enriquecido su imaginario son los de actores y actrices que ocuparon su trayectoria en lo que aparentemente fueron pequeñas batallas, pero que juntos alcanzaron a trazar un fresco portentoso de las luces y las sombras de la condición humana. Tengo para mí que el de Javier Cámara es, por ahora, el último gran nombre que se inscribe en esa nómina, reflejo y síntesis de lo mejor y lo peor que anida en lo más hondo de nosotros mismos.

Anuncio publicitario
Esta entrada fue publicada en Uncategorized. Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s