Barcelona

Barcelona era el lugar donde vivía SuperLópez y el campo de juegos en el que un arquitecto alucinado quiso erigir un universo a la medida de su ingenio. Era un despacho detectivesco con vistas a las Ramblas y un prodigioso microcosmos propenso a los aterrizajes de extraterrestres desbordados. Era el día del watusi y un alucinado recorrido noctámbulo por la Ronda del Guinardó. Era unos juegos olímpicos y un monumento al descubridor del quinto centenario. Era un gorila albino y un viejo cadillac segunda mano tirado en la ladera del Tibidabo. Era un libre directo de Koeman y un chute al fondo de la red de Stoichtkov. Era una chica muy mona y un yonqui que robaba bicicletas en la Plaza Real. Eran los amigos para siempre y un cine de reestreno preferente cuyo destino vengaron sus propios fantasmas. Era, en fin, una ciudad en la que el sol podía aparecerse cualquier noche.

Barcelona fue luego una tórrida semana de agosto y un descubrimiento de la pintura modernista. Fue la Estación de Francia y El Desconsol. Fue un memorable paseo junto a Sergio por el Raval y una tempestuosa incursión de la mano de Quique en el Nou Camp. Fue un recorrer la Diagonal al paso de Milo y algún whisky a deshoras en un garito abierto junto a la Plaza del Rey. Fue las visitas a librerías y el vértigo de las torres de la Sagrada Familia. Fue una paella con Paco en la Barceloneta y el traje de Serrat en el Hard Rock’s Café. Fueron las colas para entrar en La Pedrera y un ataque de pánico en el despegue del avión. Fue la luz de la primavera y fue la oscuridad de las premoniciones. Fue belleza y fue caos y fue destello al final de todo. Fueron nuevos amigos y calles que poco a poco dejaban de ser extrañas para convertirse en viejas conocidas.

Barcelona es hoy, ahora, en esta tarde en la que llego a ella por tercera vez, una ciudad que va cayendo poco a poco bajo las brumas de un invierno bullicioso. Es un taxi circulando desde la estación de Sants a la plaza del Ángel a merced de la lluvia y los neones. Es atravesar contracorriente la calle Jaume I y es tomar posesión del mínimo espacio en el que tendré que desenvolverme durante los próximos días. Es aguardar un reencuentro gozosamente azaroso y es trazar planes para las horas que comenzarán en el momento en que el sol despunte, cuando llegue el amanecer y pueda responderme qué es lo que será Barcelona a partir de mañana.

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