Hay novelas cuya perdurabilidad es bien conocida y está fuera de toda duda. Son ésas que periódicamente vuelven a las páginas de los periódicos y las publicaciones especializadas y a las que caracteriza un aplauso más o menos unánime que garantiza su perenne inclusión en el canon. Hay otras, en cambio, que pasan más inadvertidas, pero sobre las que conviene poner el foco con el fin de evitar que, antes o después, terminen languideciendo en el olvido. En este grupo se enmarca Jugadores de billar (Alfaguara), una espléndida narración de José Avello que explora muchas de las claves de este malhadado presente que vivimos.
Tuve la ocasión de conocer a su autor hace unos días. Tras publicar en 1983 una novela con la que quedó finalista del Nadal, aguardó casi dos décadas para sacar de la imprenta la que hasta ahora es no sólo su obra maestra, sino también un hito irrenunciable de nuestra narrativa contemporánea. Después, volvió a correr sobre su literatura un tupido velo de silencio que se prolonga hasta hoy. Era lógico, pues, que se le hiciese notar el estupor que causa esta trayectoria guadianesca en alguien que ha demostrado poseer una prosa solvente y una notable capacidad para sostener argumentos complejísimos sin que sus tramas desfallezcan ni en una sola página. Avello, que es hombre reposado e inteligente, y tan aficionado al billar como los protagonistas de su libro, zanjó la cuestión con una metáfora memorable que acaso deberíamos retener en nuestra conciencia todos los que nos dedicamos a estos menesteres: «Si en una partida has logrado hacer 140 carambolas, ¿para qué seguir jugando?».