En una conversación que mantuve hace unas semanas a propósito de otro tema, salió a colación La paloma, ese poema de Rafael Alberti que popularizó Joan Manuel Serrat y con el que yo tuve en cierto momento una relación, vamos a decir, conflictiva. Cuando cursaba el COU, me tocó analizarlo dentro de un trabajo sobre la Generación del 27, y yo, encontrándome como me encontraba en plena eclosión hormonal, interpreté que sus versos aludían a una pareja de novios, y a cuánto le molestaba a él que ella sólo le permitiera leves incursiones a la altura de los senos y le prohibiera cualquier acercamiento a zonas más íntimas. Como en aquellos años tampoco estaba sobrado de pudor, escribí mi aguerrida conclusión en el trabajo y se lo entregué, tan tranquilo, a la profesora de Literatura. Unos días después, me lo devolvió corregido y descubrí que el capítulo correspondiente al análisis de La paloma estaba cubierto de tachaduras y presidido por un enorme interrogante trazado en tinta roja. La profesora, eso sí, no dijo ni media palabra. No sé si le di miedo o si, con gran sentido común, sospechó que yo no estaba en mis cabales.
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Miguel Barrero (Oviedo, 1980) ha publicado las novelas Espejo (premio Asturias Joven; KRK Ediciones, 2005), La vuelta a casa (KRK Ediciones, 2007), Los últimos días de Michi Panero (premio Juan Pablo Forner; DVD Ediciones, 2008), La existencia de Dios (Trea, 2012), Camposanto en Collioure (Prix International de Littérature de la Fondation Antonio Machado; Trea, 2015) y El rinoceronte y el poeta (Alianza, 2017). También es autor de los ensayos Las tierras del fin del mundo (Trea, 2016) y La tinta del calamar (Trea, 2016; premio Rodolfo Walsh 2017). Codirigió el documental La estancia vacía (2007).