En los últimos años no abundan tanto, pero durante mucho tiempo fue habitual que cada verano surgieran voces que definían la Semana Negra no como un festival literario, sino como una cuchipanda para cuatro amigos en la que el aspecto cultural era sólo una coartada tras la que enmascarar un supuesto aquelarre lúdico-festivo. Venían esas aseveraciones de gente que o bien no gustaba de pasarse por allí o bien, si lo hacía, se dejaba ver por las calles del certamen a altas horas de la noche, cuando las librerías y las carpas de actividades habían cerrado sus puertas y sólo era audible el cadencioso runrún de la noria y la vibrante y molesta megafonía de los chiringuitos. Algunos, incluso, llegaban a colgar en las redes sociales fotos tomadas ya entrada la madrugada con la pretensión de demostrar a familiares, amigos y todos quienes se quisieran acercar por sus cenáculos virtuales que no es que en la Semana Negra hubiera sólo fiesta, sino que además ésta se enmarcaba en el escalafón más bajo del ocio finisemanal.
Este año, ya digo, el tono ha bajado bastante, pero aún he escuchado a alguien decir que en la Semana Negra no hay libros —ésas fueron las palabras exactas— y he querido escribir esto para decir que miente. Como cada verano, yo sí estuve en la Semana Negra y me hice con varios títulos, en su mayoría obras descatalogadas o primeras ediciones que difícilmente hubiera encontrado por otros medios, y que se han venido conmigo a casa para avecindarse en los anaqueles de las estanterías o en los montones que ya tengo desperdigados por el suelo del dormitorio. Se trata de Guernica (Cuadernos para el Diálogo), de Juan Larrea; Guía secreta de Barcelona (Al-Borak), de José María Carandell; Escritos sobre la Literatura y el Arte (Península), de Lenin; Vida y milagros de monseñor Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei (Laia), de Luis Carandell; Adolfo Suárez. Historia de una ambición (Planeta), de Gregorio Morán; Cataluña en la España moderna (Crítica), de Pierre Vilar; Cuestiones marxistas (Planeta), de Manuel Vázquez Montalbán; Tiempo de silencio (Seix Barral), de Luis Martín-Santos; Operación Primavera (Mondadori), de Manuel Longares; La catedral (SM), de César Mallorquí; Pólvora negra (Planeta), de Montero González; La cocina catalana (Península), de Manuel Vázquez Montalbán; Don Juan (RBA), de Gonzalo Torrente Ballester; Miguel (Anagrama), de Federico Jeanmaire; El lento adiós de los tranvías (Mondadori), de Manuel Rico; una Antología (Círculo de Lectores) de Sor Juana Inés de la Cruz; Días de papel (Leer), de José Luis Gutiérrez; Luna de lobos (Seix Barral), de Julio Llamazares; Pachín de Melás (La Versal), de Patricio Adúriz; El año del francés (Espasa), de Juan Pedro Aparicio; y El viaje a Roma (Grijalbo), de Alberto Moravia.